Miguel Gámez | Àrea de Comunicació | jmiguel.gamez@eveho.eu
Más de 20 años, Jairo Rodríguez Ríos, trabajó como educador social en la entidad. Su vocación creció con los años, intentando transmitir a través del arte, que es su verdadera pasión. Desde contemplar un amanecer hasta conseguir la autonomía, es uno de los mayores legados que deja en la Fundación, así como a tantos jóvenes con lo que compartió todos estos años. Aquí una entrevista para despedirnos de él ahora que se jubila, siendo pionero en Eveho.
Paraules clau: professional, jubilació, joves, vocació, educador
¿Por qué trabajar con jóvenes?
Yo traía una experiencia de trabajar con jóvenes en barrios de Bogotá, Colombia, donde hice un trabajo teatral, ya que yo soy licenciado en teatro. Allí hacíamos trabajo comunitario.
En el momento en que me trasladé a España, hice diferentes tipos de trabajo, de todo tipo de trabajos, hasta que logré que me homologaran la carrera de educación social. En ese momento llegué a la Fundación Eveho.
Para mí ha sido, la educación social, una carrera por accidente, no por vocación desde el principio. La vocación la he ido adquiriendo a base del trabajo y la experiencia, con los años. Empecé a trabajar por una necesidad económica, que tal vez el arte no me compensaba en ese momento.
Sinceramente, desde que entré en Eveho fue que empecé a sentir el encanto del mundo de lo social.
¿Tú has podido ver cómo encaja el arte con la educación social?
El arte es una maravilla que puedes encajar como herramienta de trabajo con chavales, con jóvenes. Es muy cercana y te permite trabajar de forma emocional y creativa. Mi mayor experiencia de mezcla entre educación y arte ha sido en el CRAE Joan Torras y la Residencia Can Gual, donde hemos trabajado relatos, cuentos, escritura, etc.
En el Joan Torras “La Hora del Té” era un espacio en el que todo el mundo narraba sus problemas, sus necesidades, pero trabajando un poco lo que era el relato. En Can Gual trabajamos la parte escultórica, el relato también, así como la fotográfica y los huertos terapéuticos.
Sin lugar a duda, el arte me ha permitido intentar generar soluciones de una forma menos pragmática que el trabajo de educación social, y los chicos lo agradecían, ya que se encontraban más relajados cuando el trabajo con ellos era mediante la herramienta del arte.
¿Cómo defines tu experiencia en Eveho en términos generales?
Reflexionando en todos los años que he estado aquí, que son 20 años, creo que cerrar el círculo, porque en la primera residencia que estuve durante 12 años, la Resi Itiner, fue la gestación de la entidad. En ese momento nació el primer recurso de la Fundación Eveho, y yo empecé como coordinador allí durante más de una década. Esto fue como el ver crecer un hijo, educarlo, buscar soluciones para los chicos en la parte educacional, la parte laboral, e ir preparándolos para su futuro.
Después, en el Joan Torras, fue como un adolescente rebelde, el cual te generaba bastantes disgustos, pero también te obligaba a crear soluciones muy creativas. En el mundo del trabajo con los seres humanos no hay una fórmula mágica donde todo funciona de una misma forma, sino que el educador tiene que obligarse a encontrar una solución de cómo ayudar a esta persona totalmente diferente que el otro.
Y en Can Gual, fue la parte más de adultos, entender cómo trabajar con chicos con trastornos y con enfermedades mentales, pero cuyo espacio permite la contemplación y otras maneras de ver la vida. Me senté muchas veces con los chicos, simplemente con un té a sentir la satisfacción de ver salir el sol. Ha sido un trabajado muy bonito y diferente, pero también muy fructífero.
Estando tú desde el inicio, ¿Cómo ves el crecimiento que ha tenido la fundación?
Hace poco lo preguntaba: ¿cuántos son los centros? Muchos más de 20. Saber que empezamos con un chico, que estuvimos durante un mes todos volcados con él, y ahora son cientos de personas. Esto indica que, si van creciendo los recursos, es porque algo se está haciendo bien. Si la administración le encarga muchos más recursos a Eveho, se debe a la dirección y a la elección de los profesionales.
¿Cuál es la próxima aventura que te planteas en esta nueva etapa?
No lo sé, no lo tengo muy claro. Seguramente, voy a dar un viaje al revés del Che Guevara, empiezo desde arriba, pero no terminaré en Argentina sino en Brasil. Ese es el regalo que me quiero dar. Además, tengo un trabajo ya en Brasil, en una escuela de arte, voy a dar un taller de literatura y escultura, donde a partir de un libro, a partir de un relato, a partir de un cuento, haremos una escultura. Bueno, es volver al útero, volver a la patria.
Desde tu inicio hasta ahora han pasado, y seguirán pasando, muchas generaciones, sobre todo de educadores/as e integradores/as sociales, seguramente con una forma muy distinta a las maneras en que tú comenzaste. ¿Qué aconsejarías según tu experiencia?
Durante todo este periodo he encontrado educadores con los que he aprendido mucho, pero realmente con quien se aprende es con los chicos, son los que te enseñan todo, los que te obligan a crear, los que te obligan a cambiar de estrategia, de forma de trabajo. Lamentablemente, también he encontrado educadores con los cuales he desaprendido. Hay muchas personas que posiblemente se ha equivocado de profesión.
Para mí, lo más fácil es escuchar a los chicos. Yo creo que el mejor consejo es escuchar los chicos, porque muchas veces te plantean la solución, pero como no lo escuchas, entonces estamos buscando otra historia.
Yo he utilizado dos principios que son el del amor y el humor. Son chicos que vienen con vidas muy sufridas, con vidas muy duras. Creo que la función del educador es relajarlos e ir ayudando a que vayan dejando todo ese malestar atrás. Con un abrazo o una caricia, muchas veces se solucionan los problemas de los chicos.
¿Cómo recordarás este periodo que estuviste en Eveho?
Este es un periodo laboral que económicamente me solucionó muchas cosas, pero también un periodo en el cual he aprendido mucho. Antes de educador y de artista, yo me defino como hacedor de cosas, y eso es lo que hice con los chicos todos estos años. Sin dudas, es un periodo también de aprendizaje. Uno en toda su vida tiene que estar muy dispuesto a tener la mente y los poros abiertos a todo lo que le llega. No por nada son veinte años, en los que he aprendido mucho, tanto de los educadores como los chicos, de ellos de los que más.